Demasiada franqueza en la oficina puede ser algo bueno
Pilita Clark
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Pilita Clark
Hace poco, una amiga me envió un artículo de una vieja revista amarillenta sobre los famosos editores de Fleet Street, con una nota adjunta que decía que “esos eran los buenos tiempos”.
Vi lo que quería decir cuando leí el artículo sobre el fallecido Charles Wintour, un ex editor del London Evening Standard con un don especial para escribir memorandos críticos.
Una nota que le envió a un joven periodista anónimo que estaba pidiendo ser enviado a Israel en los ‘60 comenzaba de una manera que ahora sería impensable. “Usted es la quinta (y la menos calificada) persona que ha solicitado ir al Medio Oriente el día de hoy”, escribió. El diario ya había enviado a un corresponsal extranjero con experiencia a Israel, agregó, y, a menos que los tiroteos sean inminentes, sería “una locura” que un periódico de Londres enviara a alguien más. “Tendré en cuenta su solicitud para un trabajo emocionante, pero no crecen en los árboles para ser arrancados por bocas jóvenes y hambrientas”.
Al leer este mensaje extremadamente franco, me sentí como un arqueólogo que acababa de descubrir un antiguo artefacto que revelaba las extrañas formas en las que los humanos se enfrentaban entre sí. Es difícil imaginar a un gerente que actualmente le daría consejos tan rudos por escrito a un subordinado, en un diario o en cualquier otro lugar.
Por un lado, las redes sociales les han dado a los empleados la capacidad de defenderse de una manera que antes era imposible. Un buen ejemplo de esto es la humillación pública del director de una empresa de tecnología británica hace algunas semanas, después de haber entrevistado a una joven para un trabajo. Ella utilizó Twitter para informarle al mundo que él la había destrozado en un intercambio “brutal” que la había dejado llorando y que la hizo sentir como si hubiera estado en una habitación con un “exnovio abusivo”.
El hombre se disculpó rápidamente, insistiendo en que nunca había tenido la intención de lastimar a nadie. Su compañía inició una investigación y dijo que estaba satisfecha de que no hubo acoso, pero que estaba “entristecida” por el incidente y que “reflexionaría” sobre sus políticas de recursos humanos.
No tengo idea de lo que sucedió en esa entrevista y tampoco creo que haya excusa para el acoso o el abuso deliberado. Sin embargo, es fácil imaginar que actualmente Wintour recibiría un trato similar y eso es una pena, porque su antiguo memo contiene varias lecciones valiosas sobre la vida laboral.
En primer lugar, una empresa no existe únicamente para complacer a sus empleados. Siempre tendrá objetivos más amplios y no tiene sentido ignorarlos. Aunque siempre he estado a favor del enfoque de “si no preguntas no lo obtienes”, hay un corolario: no te sorprendas si no produce un éxito instantáneo.
En segundo lugar, Wintour indicó claramente que la ambición no necesariamente equivale a la capacidad. No importa cuán frustrados puedan sentirse los trabajadores jóvenes, es probable que haya ocasiones en que serán pasados por alto para los trabajos que requieren más experiencia y madurez, que ellos carecen. Es mejor aprender lo antes posible cómo lidiar con esto.
Nuestra tendencia a confundir las palabras bruscas con el comportamiento inaceptable ha tenido otra consecuencia triste más allá de la oficina. Elimina algunos de los momentos más encantadores de la vida pública.
Uno de mis políticos favoritos era el fallecido ministro australiano Gordon Bilney, derrotado en las elecciones en 1996. Le escribió a un funcionario local de su distrito electoral para decirle: “Uno de los grandes placeres de la vida privada es que ya no necesito ser cortés con los bobos, fanáticos, idiotas y cascacarrabias que infestan los organismos y comités de gobiernos locales como el tuyo. En el caso particular de tu comité, el placer es aún mayor”.
Bilney era el ex asesor del fallecido primer ministro de Australia, Gough Whitlam, quien una vez se enfrentó a un interlocutor persistente en la campaña que insistía en conocer su punto de vista sobre el aborto. “Permítame dejar claro que estoy a favor del aborto y que, en su caso, debiera ser retrospectivo”.
Lamentablemente, es difícil pensar en muchos políticos que actualmente serían capaces de hacer tales comentarios.
Por cierto, si estaban preocupados por el destino de ese joven reportero del Evening Standard que fue rechazado por Wintour, no deberían estarlo. Resultó ser Max Hastings, un distinguido corresponsal extranjero que cubrió 11 guerras, escribió más de 25 libros y editó dos periódicos de Fleet Street, primero The Daily Telegraph y luego el mismo Evening Standard.